sábado, 15 de mayo de 2010

Populismos. Primera entrega



dedicado a mi maestro, con todo respeto Norberto Galasso.


La autodeterminación de los pueblos y los populismos en Latinoamérica.

Los populismos en Latinoamérica no reflejan liderazgos autoritarios mesiánicos, sino que son producto de la insatisfacción de necesidades y derechos colectivos, que deriva en la organización de movimientos sociales inicialmente espontáneos captados por un liderazgo político.

Un prejuicio



Hablar de populismos en Latinoamérica es evocar, en primera instancia un concepto cargado históricamente de prejuicios. Los gobiernos de carácter “populistas” son vistos desde el imaginario social general de manera negativa. Tanto por derecha como por izquierda, la crítica más densa, y también más prejuiciosa, es la asociación directa con las imágenes del fascismo-totalitarismo. Una relación poco argumentada, ya que históricamente el hilo conductor que construye este discurso es lo “autoritario” del liderazgo –personalista- de quien conduce el régimen.
Ahora, veamos bien. Cómo fueron los liderazgos fascistas de mitad de siglo XX? Podríamos tomar a los principales ejemplos europeos, tanto Hitler como Mussolini. En primer lugar, porque es bueno rebatir a partir de los mismos ejemplos con que se comparan, desaforadamente, a los liderazgos latinoamericanos; y en segundo lugar, porque son los máximos exponentes –cuasi- contemporáneos de los Regímenes autoritarismos. Desde el punto de vista político, Hitler construye su espacio a partir de una serie de alianzas (débiles) establecidas con los principales partidos políticos conservadores de la democracia de Weimar. Ellos se acercan a este liderazgo tras compartir unos principios fundamentales:
1. Odio total al Tratado de Versalles.
2. Odio racial hacia la comunidad de inmigrantes Judíos.
El odio al tratado de Versalles logra unir en un interés nacional a Toda la Alemania desarmada tras la “Gran Derrota”. El resentimiento por las imposiciones francesas-inglesas desde el tratado calan profundamente en el alma prusiana de los guerreros germánicos. Por supuesto que esta apelación notoria, repleta de simbolismos, al nacionalismo seduce a una clase obrera resentida también, pero que sobre todo no había sido convencida ni por la socialdemocracia, ni por el comunismo (que incluso luego se lo asocia a las acciones judías “antipatrióticas”. El nacionalsocialismo llega al Reichstag en medio de un sistema representación proporcional, con un discurso plagado de prejuicios raciales, resentimiento y odio a los otros (judíos, comunistas, otras culturas, otras naciones, etc.) si bien Hitler, luego de un tiempo en prisión por querer tomar al mismo parlamento por las armas, asciende democráticamente incluso hasta llegar a ser Canciller, en una actitud casi desquiciada de poder entiende como solución quemar el mismo parlamento, cumpliendo así con un capricho personal arrastrado por el fracaso.
Por otro lado, tanto el Fuhrer como Mussolini desarrollan equipos de tareas con características paramilitares (las SA que luego se transformaran en las famosas SS para el primero, y los camisas pardas para el segundo) con operaciones violentas y claramente ilegales, cooptando a través del miedo a distintos sectores organizados de la sociedad. Un ejemplo claro fueron los aprietes y desalojos en Italia por parte de estos grupos a los Consejos de Fábricas. Benito Mussolini de procedencia socialista, tiene un ascenso glorioso muy parecido al de su compadre alemán, pero con un desarrollo de los símbolos mesiánicos propios de un Cesar Romano. No olvidemos una característica fundamental de ambos regímenes: la actitud imperial y expansionista. Todo imperio es Autoritario. Desde el momento en que se busca imponer una mirada sobre las otras, no se está ejerciendo el principio fundamental democrático de escuchar a las otras voces: las distintas. El imperio avanza no solo sobre las minorías, sino que se constituye a si mismo aplacando a otras mayorías.


F.B.

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